domingo, 26 de septiembre de 2010

Cúando me desperté mi camisa todavía olía a sal y humedad.

Con el poco orgullo que le quedaba y el amor propio que ya no tenía, intentó plantarme cara. Intentó controlar todas su emociones. Pero calló de rodillas en la arena y se deshizo en lágrimas.

Me senté a su lado. Le agarré la cara con las manos y la besé. Pero no fue un beso de amor, fué simplemente un actoreflejo. Fue un egoismo supremo que sólo buscaba calmar su agonía.


Sus últimas lágrimas mojaron mis labios. Sal y humedad.

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Las palabras se tornan superfluas.