lunes, 18 de febrero de 2013

Puso música para limpiar la atmósfera

Se sentía oxidada. Ya no es que no se acordara de escribir, esque lo había olvidado. Es distinto, como merendar tarde o cenar pronto, se parecen, pero no es lo mismo. Como digo, puso música, de esa que se pone cuando no tienes ganas de bailar. Buscó un libro de poesía, ya que a veces la poesía es el diario que no serías capaz de escribir. Se enrolló en sus sábanas de ositos, da igual que tuviera dieciocho años, madurar no iba a ser cambiar de sábanas. Abrió el segundo cajón del escritorio, donde guardaba el corazón. Además, no porque el corazón fuera pequeño, si no porque el cajón era amplio, guardaba allí su pequeña colección. Coleccionaba libros. O al menos una parte de ellos. Encerraba en aquellas hojas cada palabra que hacía mella en ella, para que no se las llevara el viento.
Buscó la jaula de Tokio Blues. Si algo te enseña Murakami es a amar. A amar de verdad, como para hacer que las montañas se derrumben y el mar se seque.

Pequeña cobarde. Escribía su vida en tercera persona, como si de verdad pudiera resumirse.
Ella sabía que valía la pena hacer esas cosas normales que hacen las personas normales, sin embargo, aunque nunca me callo, guardo un par de secretos.

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Las palabras se tornan superfluas.